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Carmen Verde

Contornos poéticos de Carmen Verde Arocha

Actualizado: 10 sept 2020

Por: José Luis Morante.


















«Tu voz de corteza de árbol me esconde»

Carmen Verde Arocha


Nacida en Caracas en 1967, Carmen Verde Arocha vive buena parte de su infancia y de su etapa juvenil en Guaicoco, estado Miranda, cuyo entorno geográfico se recreará como escuela de vida, con trazo evocativo y simbólico, en la cartografía del poema. Realiza estudios universitarios en la Universidad Católica Andrés Bello, donde se licenció en Letras en 1992. Ese mismo año se publicaba su ensayo El quejido trágico en Herrera Luque (Editorial Pomaire, Caracas, 1992), completa indagación sobre la voz escrita del médico, narrador y diplomático venezolano Francisco Herrera Luque, fallecido en 1991.


Es poeta, ensayista, editora y personal docente de la Universidad metropolitana y de la U. C. Andrés Bello. Además, dirige la editorial Eclepsidra, sólida iniciativa que cuenta en el presente con un equipo formado por Luis Gerardo Mármol, María Antonieta Flores y Rafael González García. Con fuerte arraigo, el sello se creó por integrantes del taller literario de Rafael Arráiz Lucca, impartido entre 1989 y 1994 por el entonces director de Monte Ávila Editores. No es una contingencia menor; define el propósito de dar continuidad a un semillero fecundo, que refuerza enlaces con la tradición y preserva su interferencia estabilizadora. En el amplio catálogo de títulos, iniciado en 1994 con una antología del grupo fundador, están teselas esenciales del mosaico lírico de Venezuela y apuestas emergentes que añaden brotes al deslumbramiento escritural. El neologismo «eclepsidra» fusiona, según palabras de la poeta, la semántica habitual del reloj, como medida exacta, y la noción de permanencia en lo transitorio a través del lenguaje, montón poblado de arenas múltiples. Se adoptó como acogida plural del grupo formado por Martha Kornblith, Israel Centeno, Luis Gerardo Mármol, Abraham Abraham, María Milagros Pérez, José Luis Ochoa, Iván Crespo, Fernando Escorcia, Miguel Ángel de Lima y Carmen Verde Arocha, que eligen como sede de su compromiso literario la Casa de la Poesía Pérez Bonalde. A esa promoción germinal no tardarán en sumarse las vocaciones de Graciela Bonnet y Carmelo Chillida.


Fecha inolvidable en el devenir de Carmen Verde Arocha es el año 1994. La escritora integra poemas en la muestra colectiva Vitrales de Alejandría. Antología. Grupo Eclepsidra, difunde composiciones en revistas epocales, y publica su inicio personal Magdalena en Ginebra. Para el poeta y crítico Santos López esta aurora representa la infancia como edad del sueño. El libro es un canto directo que recupera el eco de los pasos interiores, donde se fusionan experiencia y conocimiento. El viaje vivencial es una búsqueda de luz; personifica si se me permite el paralelismo, el impulso asignado a María Magdalena en la predicación de Jesús de Nazaret. Si el pasado es un lugar desapacible, con tacto de frío, hay que hacer del ahora una consumación; asumir tareas de redención y transcendencia a través del sentir amoroso. La vivencia perdida despierta en las palabras, sale del laberinto umbrío para aflorar a la luz y descubrir su razón de ser.


El recurso cultural del título sirve como velado reflejo del enunciado autobiográfico. El personaje histórico sobrevuela fuera de su ámbito natural, en una ubicación geográfica extraña, acaso para recalcar que es una cartografía imaginaria, una fabulación de la propia experiencia vital, ya que el largo poema está repleto de imágenes recuperadas de la infancia en Guaicoco.


Frente a la habitual consideración de la niñez como paréntesis celebratorio, en Magdalena en Ginebra se anula la percepción del paraíso perdido, refugio de protección e inocencia. Los trazos rescatados son acuarelas de un marco acre y desolado, proclive a lo traumático. Solo el abrazo convierte el presente en resurrección y albergue, en pulsión capaz de abrir para la noche un hueco de silencio.


El poemario se reeditaría con versión definitiva en México, en 1997. Ese mismo año abre la ventana su entrega Cuira. El libro debe su nombre a un elemento central del paisaje de infancia, las aguas inquietas del Cuira: «El Cuira es un río que está lleno de amor y de historias de hombres que mascan tabaco…». El breve poemario integra textos en verso y prosa. Componen un sondeo afectivo de la figura paterna como estatua totémica de autoridad y distancia, a veces impasible frente al frío infantil y la soledad; pero también un rastreo en la cartografía del recuerdo, entrevista con la mirada inquieta de los días niños, cuando imaginación y realidad son espacios que solapan líneas. Entrelazados con el coloquialismo de la evocación, se hilvanan abundantes elementos de la tradición cristiana: el alma como intruso interior que resguarda sentimientos de culpa y arrepentimiento, el arcángel Gabriel, Cristo o la cadencia ceremonial del culto religioso.


El libro vuelve a la imprenta al año siguiente y abre un momento creador de fértil desarrollo que suma la entrega Amentia, aparecida en 1999. Conviene recordar que el término Amentia significa, en sus acepciones, locura y confusión. Se usa en psicología para definir según Theodor Meynert la locura primaria como alucinación provocada por un trastorno asociativo en la percepción. Así ocurre también en el lenguaje del poema, que entremezcla autobiografía y onirismo. Las imágenes construyen impresiones sinestésicas, donde deambulan sensaciones internas, asociando elementos procedentes de los sentidos. Como si la existencia flotase en el vacío y nos dejase asistir desde el asombro al nacimiento de pequeñas epifanías, las semillas sensoriales se convierten en cauces cognitivos.

El poema cobija el andén silencioso de la memoria. Los recuerdos están repletos de incisiones visuales. Se multiplican para componer una larga historia fragmentada, un soliloquio que entremezcla en su ovillo una imaginería religiosa muy amplia. Esa ambientación, para ser comprendida, más allá del onirismo, necesita esos datos verbales que proporciona la voz directa. Así, leemos en el poema VIII: «El recuerdo de María Silva / es duro en el sueño; / de niña ella me leía el libro del Apocalipsis. / Yo anhelaba abrazar el hábito / para salvarme de la bestia». Son datos que justifican el ambiente de pesadilla de algunos sueños, el convento como refugio salvador, o el rumor de la vida eclesial, solemne y ceremonioso; todo hilvanado, como un sueño intenso, que convierte la razón en fluir obsesivo. En ese cauce está latente la presencia de un erotismo evidente que concluye la infancia y aloja el ideario infantil en un reducto extraño de soledad: «¿Dónde reúne el arroz mi madre? / Ella durmió mientras transcurría la infancia. / No se dio cuenta / cuando nos pusieron el pedazo de rabia / en las piernas».


En los poemas de Mieles, libro de 2003, se incrementa la carga simbólica. No es difícil asociar la palabra miel con la ofrenda más íntima de lo femenino. El ser interior de quien se debate entre la celebración del cuerpo y la intemperie de lo transitorio. En el poemario sobresalen algunas composiciones de gran fuerza expresiva, como «La concubina». Su personaje adquiere carácter de arquetipo. Es la mujer, identidad frágil que se reafirma entre la desolación y el placer.


De la misma manera en el poemario se establece una genealogía de encuentros: como si la miel, transpirada en la piel de cada yo, recorriese generaciones y esperas, fuese manando desde la abuela a la madre y desde el regazo materno a la niña que descubre un día un hueco de miel en la conciencia de ser.


Para Santos López «Al leer Mieles somos testigos del encuentro amoroso entre la sabiduría y el conocimiento intuitivo; el cual queda trasfigurado por medio de los oficios que evocan el agua y el fuego».


Estos cuatro libros son quehaceres que dan solidez e impacto al afán de escritura, y refuerzan la presencia en propuestas como El coro de las voces solitarias, de Rafael Arráiz Lucca, estudio diacrónico publicado en 2002. Ese largo trayecto se recopila en 2005, en el sello Monte Ávila Editores Latinoamérica, con un prólogo del poeta Santos López. El liminar de Mieles. Poesía reunida (2005) atribuye al verbo lírico un enfoque onírico. Los poemas alojan un cúmulo de sueños por lo que «el despertar implica el desprendimiento interior del ser». Queda en el lenguaje lo profundo, preservado con la calidez del misterio, a resguardo de lo perecedero. Santos López aleja el impulso de la razón, siempre proclive a instrumentalizar el poema desde el objetivismo. Esta perspectiva enmarca el arte en la intuición frente a la materia consciente, que aliña elementos aleatorios como la plenitud y el desconsuelo, el extravío o la afinidad natural con el entorno. El sueño es anterior a la palabra, habita dentro, enriquece y aproxima a lo numinoso.

Tras un activo silencio, llega en 2015 En el jardín de Kori. De nuevo el río inaugura el cauce argumental y abre una estela reflexiva sobre las coordenadas amorosas. Son savia nutricia en el declinar inexorable del vivir. El amor cobija un soporte existencial, aunque sus formas imiten el cansancio de un lobo agotado. Al cabo, lo ideal está marcado siempre por la carencia; es una campana sin badajo que la voluntad construye con barro y que nunca supera su estructura primaria.


Todo el poemario guarda amplio espacio para la singularidad de lo femenino. La mujer es presencia misteriosa, semilla y vientre. Su identidad aglutina sensaciones. Se muestra llave fértil, pureza y soledad perturbadora, que introduce el deseo entre los harapos de lo real. Se hace lenguaje, recortada en una lejanía inalcanzable: «La mujer nace con el apetito en la boca. / Limpia los tomates / el cilantro y el alma / con el destino allí / sacudiéndola / en cada esquina / en cada bocado».


La poesía nunca vive extramuros. Nace y germina en un contexto histórico y disciplina su mirada para reflejarlo. En el poema «Desesperanza» cobra voz el empeño de mostrar un derrumbe. Alrededor del yo poético se expande la gelidez de un paisaje muerto, cuyo suelo emprende viaje a otro país; huye de un sabor a petróleo que obliga a encorvar los hombros y soportar una inútil espera de vivir, que solo lleva a una consumación en silencio.

En lo formal, El jardín de Kori anticipa algunas características de Canción gótica como la inclusión de versiones distintas en torno a una propuesta argumental.


Antes de iniciar la lectura del poemario Canción gótica, última entrega de Carmen Verde Arocha, pretendo explorar la íntima clave que mantienen el título y los contenidos poéticos del libro. Ese umbral me hace recordar que el sustantivo gótico expresa un estilo artístico aristocrático que culmina el arte medieval de catedrales y monasterios en la Baja Edad Media francesa. Su expansión por toda Europa abre cauce a una estética que bifurca trayectos hasta el ahora. Promueve una amalgama de cualidades semánticas. Lo gótico se asocia a esa belleza oscura que fusiona el deseo y lo inalcanzable, que marca el impulso no satisfecho y que hace de la sensibilidad una vertiente de espiritualidad y conocimiento, de desnudez afectiva frente a una realidad que rechaza y oprime.


Los poemas son variaciones nacidas a la sombra de los días. Cultivan el singular enigma de lo inaprensible. Dan voz a sensaciones y abren en cada boca las posibilidades del deseo. No se trata de una mirada enunciativa que deja en los sentidos los contornos plásticos del entorno. Profundizan en un diálogo de acercamiento hacia el otro, mientras perciben la extensión de un cielo inacabado. Esa circunstancia adquiere un carácter simbólico; el paraíso está por hacer, es una lluvia que humedece la voluntad y pone frío al empeño de ser.

Como en otros títulos de Carmen Verde Archa —pienso en Cuira, aunque con otro registro en la evocación— el poema «La risa del río» asocia la transparencia del cauce y su continua mutación como una escapada hacia el mar abierto, como un empeño de ahuyentar la tristeza desde la plenitud del abrazo; es el encuentro germinal del cuerpo, aunque la cosecha esté por crecer y ser vida.


Los que identifiquen la poética con una declaración de intenciones o un mero ejercicio de persuasión teórica quedarán desconcertados en las dos versiones de «Amarillos», subtituladas Primera versión de una poética; son composiciones donde el discurso se fragmenta en imágenes en torno al propio conocimiento del yo, como si fuese una invocación que hace del color áureo un núcleo explorado por las palabras, pero que sigue conservando su misterio.


La poesía es invocación, rezo coral, un mantra reiterado contra la incertidumbre que aspira a superar la finitud y hace aflorar las pulsiones internas del deseo. Desde las palabras, lo transitorio se hace raíz y permanencia, crea en la identidad la sensación de un destino cumplido. De ese modo el devenir biográfico alcanza una estación de llegada, que supera lo circunstancial, como sucede en los versos de «Tú me estás viendo».


El poema homónimo, del que toma el título este poemario de Carmen Verde Arocha, justifica la ambientación nocturnal, cuando la realidad se convierte en un escenario onírico, habitado por personajes que cumplen una representación. La cercanía de la voz poética muda al sujeto en protagonista de ese rito amoroso que, en la segunda versión, confronta con lo desapacible, para acabar en la tercera versión convertido en una pesadilla, un espacio de miedo y destrucción.


La poesía es una pregunta cuya respuesta es otra pregunta. Desde esa certeza paradójica Canción gótica no convierte el magma interno del deseo en una puerta de contornos precisos por donde salir al día sino en un tanteo, una premonición que mantiene intacto su misterio, que muestra en su búsqueda perspectivas diversas, líneas de incertidumbre porque «La casa de la concubina, grande y espaciosa / no tiene nada que envidiarle al monasterio / Una casa que caída varias veces / luego vuelve a edificarse / ¿Qué es lo impuro?». José Ángel Valente afirmó en su ideario estético que solo se llega a ser escritor cuando se mantiene una relación carnal con las palabras. Tal vez esta respuesta explique casi todo el tejido verbal de la poeta venezolana. O tal vez no; así que es bueno que nos lo confirmen desde su interioridad, vitalista y sin límites, las voces naturales del poema.


 
  • José Luis Morante. «Contornos poéticos de Carmen Verde Arocha». Crátera. Revista de crítica y poesía contemporánea. Valencia-España. N° 6. Catarroja/ Primavera 2019.


BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

ARRÁIZ LUCCA, Rafael, El coro de las voces solitarias. Una historia de la poesía venezolana, Ediciones Eclepsidra, Caracas, Venezuela, 2003.

VERDE AROCHA, Carmen, Canción Gótica, editora Gisela Cappellin, Caracas, 2017.

-En el jardín de Kori, Ediciones Eclepsidra, Caracas, 2015.

-Mieles. Poesía reunida, prólogo de Santos López, Monte Ávila Editores, Caracas, Venezuela, 2005.

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