Por: Alain Lawo-Sukam
Universidad de Texas A&M, College Station
«Otra voz digna de tenerse en cuenta, cuando se quiera hacer un recorrido por lo que en los recién dejados noventa se produjo en materia poética, es la de Carmen Verde Arocha».
Miguel Marcotrigiano Luna.
Carmen Verde Arocha (Caracas, 1967) es una poeta, editora, gerente cultural, y productora artística venezolana. Su carrera literaria empezó temprano en la primaria en el Colegio Andrés Eloy Blanco donde fabulaba y escribía cuentos. Estudió letras en la Universidad Católica Andrés Bello donde tuvo la oportunidad de profundizar su conocimiento del arte y de los escritores clásicos. De ahí creció su pasión por la literatura, la lectura y la poesía. Sin embargo su vocación de poeta surgió al trabajar en La Casa de la Poesía Pérez Bonalde donde ha sido gerente bajo la dirección del renombrado poeta Santos López, fundador y director de dicha institución. Su producción poética abarca las siguientes obras: Cuira (1997), Magdalena en Ginebra (1997), Amentia (1999), Mieles (2003) y Mieles poesía reunida (2005). En 1999 ganó el premio de poesía del II Concurso Literario Anual Arístides Rojas de la Contraloría General de la República con la obra Amentia. En 2005 recibió la Mención Honorífica del III Premio Nacional del Libro con Mieles poesía reunida.
De acuerdo con Patricia González (2011), los poemarios abarcan una variedad temática que gira en torno a lo religioso/espiritual, los ancestros, los rituales, la infancia, la mujer, la vejez y el sueño. Sin embargo la diversidad temática no impide apreciar la continuidad de su propuesta. Los cuatro primeros chezd’eouvre constituyen un ciclo que se cierra con Mieles poesía reunida. Esta (re)unión literaria es también sinónimo de una (re)unión simbólica que va construyendo una proceso a la vez poético y político. En este contexto el ciclo literario se yuxtapone al ciclo ideológico. La constancia ideológica se resume en la dialéctica de la vida-muerte-vida, nacer-vivir-nacer, crear y sanar. La vida en última instancia es un ciclo en que todo es eterno y nada es eterno, lo que remite filosóficamente a una contradicción dialéctica muy arraigada en la experiencia personal. La vida es también un aprendizaje en que el «yo» poético experimenta no sólo una transformación física sino también intelectual o filosófica. En Magdalena en Ginebra la voz poética clama lo siguiente:
Ignoraba que en la vida/ había pesadumbre/ Creíame eterna/perversa/ intocable [….]Caí/ Conocí vidrios en el paraíso[…] El miedo es felicidad/aunque sea estéril[…]creo que la soledad es alegría/ y que este cuerpo/oculto/debajo de la ropa/es como un ciego labrador. (4-6)
El aprendizaje personal es también colectivo, ya que el lector, sin importar su origen social o étnico, puede reconocerse y/o relacionarse con la experiencia de la poeta. Aunque es afrodescendiente, los poemarios de Carmen Verde no son afrocéntricos en su sentido radical de la expresión. Es precisamente esta falta de radicalización discursiva étnico-racial que une la mayoría de las escritoras afrodescendientes como lo señala Clementina R. AdamsenCommon Threads Afro-Hispanic Women’s Literature:
Las escritoras afrohispanas vehiculan, directamente o indirectamente, un mensaje de fraternidad, cambio social, justicia e igualdad para todos, independientemente del color, de la raza, o del estado económico. Ellas también vehiculan un mensaje de belleza, apreciación, identificación y orgullo de sus raíces ancestrales africanas, así como la toma de conciencia de la multietnicidad en sus identidades. (19)[1]
Aunque los versos de Carmen Verde Arocha son depurados de la estética étnico-lingüística (jitanjáfora y onomatopeya) que caracterizan las obras de la mayoría de los pioneros de la poesía afrohispana, eso no significa que la poeta afrovenezolana se aparte de su identidad. Adopta, al contrario, otra forma poética de acercarse a su comunidad sin nombrarla explícitamente o caer en un dialogismo descriptivo y celebratorio de los usos y costumbres afro. Carmen Verde Arocha ya había dejado explícitos sus pensamientos frente a esta problemática en una entrevista con Patricia González: “No investigo sobre lo afrodescendiente porque soy afrodescendiente, se trata de mirar dentro de mí” (621). El tema afro le sirve como suerte poética para averiguar su conexión ancestral, aproximarse más a su esencia y a las historias de sus pueblos e indagar qué tanto hay de esos pueblos dentro de ella (621). Carmen Verde Arocha no quiere limitar su vocación poética a la investigación y/o teorización de lo étnico-racial ni forzar la exposición de sus orígenes en sus versos, sino que parte de la experiencia personal y colectiva para conocerse a sí misma, universalizarse y filosofar sobre el destino del ser humano en general. Para aclarar su posicionalidad frente a la identidad negra, confiesa ser «afrodescendiente en la medida en que se acerca más a la contemplación de la naturaleza» (623) ya que los pueblos afro como los demás pueblos originarios o nativos viven en simbiosis con la naturaleza. La naturaleza a veces constituye la vía de conexión con los ancestros y el más allá. Por ejemplo el río Cuira, utilizado como título del poemario, representa el espacio físico donde la voz poética establece el contacto con el personaje del difunto padre que era afrodescendiente:
Mi padre aparece en el Cuira con el frío en los huesos, y la piel seca como hojas de topochos cuando juega a la cebada en el cielo. A nadie le preocupa ahora dónde está mi padre. Él vive en un lugar anterior a la muerte. A veces voy a su río a beber un vaso de agua o le escribo un padrenuestro. (Mieles 28)
Los vocablos verbales «aparece» y «vive» indican que el padre aun difunto está vivo. Vive en la eternidad, fuera del tiempo, pero en contacto perpetuo con el mundo físico. En la tradición africana se dice que los muertos no están muertos sino que siguen viviendo entre los suyos (BiragoDiop). El agua simbolizada por el río es un elemento mí(s)tico que tiene un valor regenerador, purificador y trascendental. Es por eso que el yo poético se va al río para beber un vaso de agua y conectarse así con su padre. El ser humano está relacionado con la naturaleza, ya que proviene de ella si nos atenemos a los estudios científicos y/o también al mito de la creación bíblica (el polvo). Para preservar esta relación sincrónica, la naturaleza, debe ser respetada, protegida y no trasgredida. El discurso ecocrítico en los versos de Carmen Verde Arocha es explícito. El humano debe mejorar su interacción con el medio ambiente como ya lo había teorizado Cheryll Glotfelty en su introducción a The Ecocriticism Reader (1996).
Lo religioso y lo espiritual conforman otros ámbitos que permean los poemarios de Carmen Verde Arocha y sobre todo en Mieles (2003, 2005). Tanto la imagen de los personajes como los eventos bíblicos incitan a una reflexión filosófica sobre el ser humano. La imagen simbólica del Cristo crucificado, del cordero, María Magdalena, Barrabás y Salomé entretantos otros, no solamente reflejan la herencia religiosa (cristiana) de la voz poética, sino que sirven de herramienta discursiva para rechazar y/o criticar dicha tradición cristiana. El trastorno religioso-espiritual se patentiza en los siguientes versos en que la voz poética expone con un tono un tanto sarcástico la lucha interna que parte su alma en cuanto a la imagen del Cristo:
Jesucristo / leía el futuro a destiempo / limpiábame de pecado / el vientre tibio / los labios teñidos / la cicatriz de la muerte / era mentira / yo anhelaba / acostarme en muchos cuerpos / ser adúltera en la Cruz […]Castidad / «¿Qué mujer/no ha tenido amantes/en este siglo desdichado?» / Pecado. (10-11)
El conflicto entre la concepción tradicional de lo religioso y el deseo individual alimenta la molestia que siente la voz poética. Este conflicto continúa con el dolor de la culpa.
La poeta enfatiza el concepto de la culpa como una espada de Damocles que flota sobre la vida de los humanos. Arrastramos una culpa original, ancestral que define nuestra existencia. Este fatalismo se limpia por diversos mecanismos de transformaciones internas por medio del libre albedrío. La problemática existencial en este contexto se acerca a diferentes postulados existencialistas cristianos/neo-ortodoxos en cuanto al determinismo [tras la transgresión de la ley divina (San Agustín)], y al subjetivismo moral del ser humano (Kierkegaard) [cuya acción por medio del albedrio, le da la opción de forjar su propio camino hacia la redención]. Por otra parte los elementos religiosos como naturales pueden tener los mismos beneficios para el ser humano: «El silencio cerró las heridas/ aunque el anhelo era/ un temprano despertar/hallar el rincón de una iglesia/ con muros entramados/o una extensión de césped/y dormir tranquila» (Magdalena en Ginebra (Mieles) 4). En este contexto, la paz como metonimia de la felicidad puede lograrse tanto en la iglesia (religión) como en un césped (naturaleza). El camino hacia la felicidad puede lograrse de diferentes maneras.
Por otro lado, la presencia de los espíritus en la vida cotidiana no es una experiencia utópica o sobrenatural sino que forma parte del mundo natural de los humanos. Los muertos como los vivos interactúan y pueden compartir el mismo espacio. Esta concepción también africanizada de la vida se refleja en la visión que tiene la voz poética de su infancia: «La casa de madera / sin vitrales / cercada por espíritus / era miserable/ en los atardeceres de lluvia […] / el tiempo era la muerte / nos hundía en el espanto / Hablaba por mi boca / o nos mordía el sueño / murmullo / de sayonas espíritus y muertos» (7-8). Las ficciones literarias sobre lo sobrenatural se hacen reales en la vida infantil del «yo» poético. Este fenómeno (sobre)natural se manifiesta también con la presencia del ángel de la guardia que protege y cuida la voz poética:
Mi ángel de la guardia / tiene una casa de tamarindo / en la recta de Martinzote / Gabriel es mi ángel de la guardia […] Y quién no ha tenido un ángel con incrustaciones de huesos? A veces, lo llamo / en la pendiente de algún río. Serenamente él me lleva hacia su corazón...Cuando llueve se queda a mi lado. Guardo su cuerpo tibio, en una cesta de piña que hay en la habitación (Mieles poesía reunida (21).
En estos versos, el ángel Gabriel como ser espiritual se humaniza. Su presencia carnal une el mundo espiritual al físico, y rompe entonces las barreras que los mantenían separados. La pregunta retórica de la poeta sugiere la realidad de tal fenómeno que puede parecer atípico y aun peor esquizofrénico para las culturas racionalistas. El río vuelve a ser otra vez el medio por lo cual se alcanza a comunicar con el mensajero de Dios. La presencia del ángel es tan importante que tiene un espacio propio en la habitación. La cercanía que tiene el ser humano con el ángel representa simbólicamente la simbiosis entre la naturaleza divina y humana.
La infancia es otro tema que cobra vida en los versos de Carmen Verde Arocha. La poeta recorre los caminos nostálgicos de su infancia en Cuira y Magdalena en Ginebra. Son recuerdos felices en un pueblo lleno de pobreza: «Crecí en un pueblo / de calles estrechas / de muchas piedras / sus casas eran de barro / y de felices encantos / la infancia fue / entre flores de cayenas / que nunca despertaron de su sueño / Mi madre / nos narraba cuentos de / lechuzas y leones», en Mieles, poesía reunida (7). La niñez de la poeta no está hecha solo de cuentos mí(s)ticos sino también de mucha pobreza, soledad y de desdicha. La inocencia con que se relaciona a veces la infancia puede ser dura, cruda, perversa y aterradora para la voz poética: «No ha sido fácil / adivinar el color / del cadáver de la infancia…» (12-13). La infancia parece haber desaparecido en la vida adulta de la poeta. Luego afirma en Cuira: «…la infancia / tiene algo de sepulcro», Mieles, poesía reunida (45). La asociación de la infancia con el cadáver y la sepultura representa la muerte de la misma infancia. Recodarla y llevarla a la luz es una tarea ardua. La niñez vuelve a ser un sueño difícil de alcanzar. Así que la visión que nos da la voz poética de su niñez es una (re)construcción desde la adultez que viene marcada (quizás) por el filtro de una memoria traumatizada. El recuerdo nostálgico de la infancia es recreada en la madurez, y vuelve a constituir otra infancia experimentada no desde la niñez pero desde la adultez. Como explica la escritora: «Esa infancia no necesariamente es un acontecimiento que me ocurrió de niña, sino que le ocurrió a la niña que hay en mi adultez» (González 624).
La minuciosidad descriptiva de Carmen Verde Arocha se traslada también al nivel de los roles de género sexuales. Si la voz poética considera que los seres humanos sin miramientos de su género sexual, étnico-racial vienen de la misma fuente, del mismo origen, no vacila en desarrollar todo un discurso poético acerca de las faenas de los hombres y de las mujeres. De hecho los varones practican la cetrería, el tiro al blanco y la equitación. Son caballeros, mendigos, barrenderos, obreros y herreros. Las mujeres por su parte se dedican a la cocina; son madres, esposas, costureras, lavanderas, concubinas. La imagen de estas tareas parece ser esencialista, y cumple con los papeles tradicionales de los géneros sexuales, lo cual puede perpetuar los estereotipos en el imaginario colectivo. La poeta toma en cuenta (y adrede) las ocupaciones de los hombres y de las mujeres para problematizar los conceptos teóricos feministas que pululan en los discursos intelectuales. Santos López comenta lo siguiente acerca de la imagen y de los oficios de las mujeres en Mieles:
….el reino de lo femenino se nos aparece con múltiples oficios, tareas y rostros que se cruzan[…] Todo oficio cumple un rol crucial en la continuación de lo tradicional, y eso digno y respetable que nos enseña Mieles es que sin la participación de la mujer en la realidad inmediata, familiar, nuestros ciclos se detienen, pierden perpetuidad.(XII-XIII)
La imagen que tiene la poeta del rol de la mujer contrasta un poco con los postulados del feminismo occidental (Western Feminism). Se acerca más al feminismo del tercer mundo (Third World Femenism, Chandra Nohanty) y/o al «feminismo» africano (African Womanism, Clenora Hudson-Weems) que no representan a la mujer como mera víctima del control masculino y de la tradición cultural, sino que toman en cuenta su entorno socio-histórico-cultural y religioso al momento de fomentar un discurso comprometido con el papel que desempeña en la sociedad.
Entre los temas menores que salpican los poemarios de Carmen Verde Arocha, se distingue la aproximación a la vejez. Carmen Verde Arocha relaciona la vejez con la sabiduría. Esta visión del mundo es típica de los pueblos africanos y otros pueblos nativos en que a los ancianos se les consideran guardianes de las tradiciones ancestrales. Por haber vivido largo tiempo y experimentado los beneficios y fechorías de la vida, los viejos son repositorios del conocimiento. La simbología y el significado de la vejez deben preservarse y luego transmitirse a las generaciones venideras para que no se pierdan su valor como modelo. Este estado físico y mental requiere, pues, una gran responsabilidad ética. Por otra parte la vejez es también considerada por la poeta como un paso hacia la infancia; un retorno a la niñez que cierra el ciclo de la vida (Infancia-Madurez-Infancia). Como lo corrobora González: «La sapiencia llega a la vejez, el hombre retorna de nuevo a la infancia, pleno de sabiduría pero con una inocencia que vuelve a estar presente» (González 625).
Carmen Verde Arocha piensa con el corazón y mira con la mente. En sus versos triunfanimágenes y colores iluminados por un lenguaje metafórico, ambiguo y original. La contradicción dialéctica es parte del vivir cotidiano. La vida y la muerte se juntan y se entrelazan, dando a conocer que el ciclo de la existencia no es tan fijo y rígido. Todo puede ser fuego y a la vez agua (Mieles 2005, 123); uno y el otro al mismo tiempo. Carmen Verde Arocha se erige como un poeta del pasado, presente y del futuro; una poetisa cuyos ríos del aprendizaje le han arrastrado y llevado hacia el mar de la sabiduría.
[1] Traducción mía del inglés al español. La versión original es la siguiente: «Afro-Hispanic female writers convey, either directly or indirectly, a message of fraternity, social change, justice and equality for everyone, regardless of color, race, or economic status. They also convey a message of beauty, appreciation, identification with and pride in their ancestral African roots, and awareness of the multiethnicity in their identities» (19).
Bibliografía
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Miami: Ediciones Universal, 1998.Impreso.
Glotfelty, Cheryll and Harold Fromm. The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology.
Athens: University of Georgia Press, 1996.Impreso.
González Patricia. “Carmen verde Arocha: ‘Creo que ser poeta es un destino’.” Hijas del Muntú:
Biografías críticas de mujeres afrodescendientes de América Latina. Eds. María Mercedes Jaramillo y Lucía Ortiz. Bogotá: Panamericana Editorial, 2011. 618-633. Impreso.
Hudson-Weems, Clenora. Africana Womanism: Reclaiming Ourselves. Troy: Bedford
Publishing, 1998.Impreso.
Lander, Astrid. Antología de versos de poetas venezolanas. Caracas: Diosa Blanca, 2006.
Marcotrigiano Luna, Miguel. Las voces de la hidra: la poesía venezolana de los años 90.
Caracas: Conac, 2002.Impreso.
Marta Sosa, Joaquín. Navegación de tres siglos. Antología de la poesía venezolana.
Caracas: Fundación para la cultura urbana, 2003. Impreso.
Mohanty, Chandra Talpade.“Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial
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Ortega, Julio yAdriana Aguirre.Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI.
El turno y la transición. México: Siglo Veintiuno Editores, 1997. Impreso.
Verde Arocha, Carmen. Cuira.Caracas: Grupo Editorial Eclepsidra, 1997. Impreso.
---. Magdalena en Ginebra. Toluca: Editorial La Tinta del Alcatraz. UNAM, 1997. Impreso.
---. Amentia. Caracas: Ediciones de la Contraloría General de la República, 1999. Impreso.
---. Mieles. Caracas: Editorial BINEV C.A, 2003. Impreso.
---.Mieles, poesía reunida. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2005. Impreso.
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